por José María Fuentes-Pila Estrada
Director Del Instituto Cántabro de Psicoterapia. Terapeuta familiar. Especialista en Trastornos adictivos .
El Espectro autista… El autismo como realidad espectral. El silencio de la psiquiatría. La psiquiatría en silencio. Pasos, manos, miradas, en un contexto de relación. Y al final, el amor como espacio sanador.
La capacidad evolutiva de los seres humanos se apoyó hace miles de años en la empatía, el altruismo, la creatividad y la cooperación. ¿Es real la realidad? Una pregunta que por retórica no deja de abrirnos ventanales mentales a respuestas complejas. Así reza el título de un bello librito de Paul Watzlawick. No nos respondemos tal vez por miedo a la respuesta, inmersos en en ecosistema relacional en el que LA “HAPPYCRACIA” ordena el alienamiento a través de una felicidad que resuena con estrépito entre las páginas de “un Mundo feliz” que Aldous Huxley escribió en 1932, hace casi un siglo.
Y de pronto, en medio de la nada, más bien del todo, me encuentro en la Finca de Mijares en la provincia de Valencia, tejiendo conversaciones que nada tienen que ver con el metaverso o el dinero digital. Relatos de experiencias compartiendo naturaleza, ilusiones e ideas con un talentoso emprendedor social, Oscar, cántabro que lleva el mundo por bandera entre tintos, esos cafés colombianos que hacen ruta de encuentros. Y Tomas, espíritu de Amica que no necesita de motivaciones para seguir co-construyendo realidades distintas a las vinculadas a los etiquetajes, pues la determinación de su mirada es preclara: Un espacio de todos y para todos.
Cuatro millones de metros cuadrados de finca, un relato transgeneracional, tierra, cárcavas, dos ríos, una extensión inabarcable con la mirada que cambia la mirada cuando la bellísima finca se viste con el título de Campus Diversia.
El tiempo se enlentece. En esa vasta extensión de realidades ordenadas armónicamente por la naturaleza, las personas nos incorporamos con la sensación de que en algún lugar se quedaron los relojes y calendarios. Y como idea central, el encuentro. Frente a la soledad de las personas a quienes se invita a no apegarse, a ser competitivos y triunfadores , el silencio compartido caminando por senderos que nos muestran el ingente trabajo que un día fue una locura y que hoy sigue siendo el más bello llamamiento a cuestionar corduras que se convierten en prisiones invisibles con flores de plástico.
El Campus Diversia es en sí mismo inspirador. Lo es porque hace del encuentro la fortaleza del cambio que permita abrir caminos de cambio ante los problemas estructurales que acontecen entre las desconexiones digitales y las mentales. Es un espacio donde el trabajo se conecta con el territorio, donde podemos ser conscientes de que somos inquilinos de un lugar, nuestro planeta que no podemos seguir castigando mientras paradójicamente a eso lo llamamos desarrollo.
Es inspirador porque puede imaginarse una Masía adaptada a todo tipo de encuentros que aporten calma, miradas complejas de una realidad que no convierte a las personas en productos de consumo, sino que establecen un diálogo co-constructivo con el territorio.
Campus Diversia no puede convertirse bajo ningún concepto en un espejismo de lo que pudo ser y no fue, porque ya es una extraordinaria realidad que requiere los cuidados de quienes siguen creyendo en la cooperación y el apoyo mutuo, en la justicia social, en el diálogo creativo y en la inteligencia natural para escuchar el llanto, el dolor, la sonrisa, el miedo, el canto de los pájaros, el fuego crepitando en la chimenea, el abrazo y la determinación para compartir esfuerzos.
Campus Diversia será en pocos años un lugar de referencia para reorientar el norte, trabajar al servicio de las personas, de todas las personas, desde principios de igualdad que saquen el dolor de los laberintos emocionales. Permite ser conscientes del necesario pensamiento crítico, de la necesaria aceptación de nuestra vulnerabilidad. Pero también será un bellísimo cruce de caminos intelectuales, académicos, profesionales, vivenciales y experienciales.
Desde hace 30 años trabajo intentando entender el dolor que se disfraza de adicción, de patología mental, mirando a las familias en un ecosistema que en muchas ocasiones obliga a una suerte de adaptación que obliga a mantener la tendencia al no cambio, la homeostasis “sin remedio”. Y hoy es el día en el que puedo decir que caminar con las personas por territorios compartidos, requiere revisar prejuicios que finalmente se instalan en las representaciones sociales que generan respuestas políticas tantas veces alejadas de la vivencia, de la necesidad.
Campus Diversia será en pocos años una referencia internacional de miles de enseñanzas compartidas, catalizador de dignidad, respeto al otro, al lugar donde reconstruir los relatos de pertenencia y permitir el viaje por la identidad sin diagnósticos.
Puedo imaginar a esos jóvenes, a los que en Japón allá por el año 2000 se llamaron hikikomori, adolescentes que habían decidido no salir de su cuarto y cuya única ventana al mundo lo era a través de su ordenador, paseando con sus familias, redefiniendo su propia identidad en un territorio por explorar. Cuando se impone un solo relato para escribir el libro del vivir, el resto parecen quijotadas. Y Don Quijote, tormento y éxtasis de amor y locura, de pasión que recorre sus pasiones vuelve a recordarnos que para mover las aspas de los viejos molinos, es necesario el viento.
Solo recordando algo tan sencillo como a veces olvidado y que siempre nos recuerda la obra de Michel White: “La persona es la persona y el problema es el problema. La persona no es el problema”.
Gracias AMICA, Gracias, Tomás. NO dejemos de perseguir nuestros sueños.